Estas
islas que cruzo cada día
-
en busca de un refugio o de una sombra-
tienen
cuestas de curvas empinadas,
mas
no tienen final.
A
veces voy marchando con ardillas veloces
y,
otras, con tortugas lentísimas de arena.
A
mitad de camino me detengo
y
observo el recorrido que he volado
sin
haber olvidado las maletas.
Las
abro. Están vacías, pero llenas
de
memorias, de largas soledades,
de
oscuros trenes hacia ningún sitio,
de
cenizas que un día sostuvieron un nombre.
Pesan
cuando las alzo y camino de nuevo.
Estas
islas no tienen palmeras, arenales,
soles
de atardecida, placentera quietud.
Tan
solo una alta cima, que nunca alcanzaré.
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