A cada cerdo le llega su San Martín
Refrán
Habíamos
atravesado la capa de nubes y un sol radiante bañaba todo el interior del
avión. Las turbulencias habían cesado, me refiero a las atmosféricas.
Pedro y el pánico eran un solo elemento y su
crispación ante el sentimiento de peligro también traería turbulencias
terribles posteriores.
Soltó
mi mano, atenazada por el dolor. Su
mirada de reproche no me afectó lo más mínimo. La idea de sobrevolar el Atlántico
había sido suya.
Me
levanté para ir al cuarto de baño y cuando regresé a mi asiento, dormía
relajado. Él desconocía que el supuesto tranquilizante que había ingerido,
hacía poco más de media hora, iba a sumirle en un profundo y definitivo sueño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario